Gestionar mejor tus contratos es crítico para tu economía
aprende por que
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Recordemos que son los contratos, aún generalmente en papel, el activo crítico del que derivan los derechos y obligaciones en los que se fundamentan los negocios.
Competir con Tesla vendiendo carretas es, ni más ni menos, la caricatura de quienes resisten la transformación digital. Personas naturales y jurídicas en general renuncian, al diferir su digitalización, a innumerables ventajas de negocio.
Es la gestión de sus contratos, sus acuerdos, el nicho de transformación donde el salto cuantitativo suele ser mayor: es el área mas rezagada en la transformación digital de las economías.
Si lo pensamos solo un poco, incluso en las más grandes e innovadoras empresas los contratos siguen siendo firmados principalmente en papel y residiendo inertes y polvorientos en bodegas, estructurados e indexados con la que es, esencialmente, tecnología del siglo XIX: la época en que las carretas transitaban admiradas como símbolo de tecnología.
Son contadas las excepciones de liderazgo empresarial que identificaron a tiempo el carácter mission critical de los contratos sobre los que operan sus negocios; son ellos quienes han sido pioneros al convertir la gestión de obligaciones contractuales en un activo integrado con sus operaciones empresariales y con los sistemas en los que se asientan: CRM, ERP, cobranzas, etc.
Recordemos que son los contratos, aún generalmente en papel, el activo crítico del que derivan los derechos y obligaciones en los que se fundamentan los negocios. Son ellos la matriz de certeza para las relaciones entre personas, sin las cuales nuestras economías no podrían avanzar. Entre más formal es un sector y más integrada con la economía a su alrededor se encuentran las empresas que lo conforman, más grande será su activo contractual.
En fase con la afirmación del Premio Nobel de Economía Oliver Hart, según la cual los contratos son el tejido conector de la economía, el economista de la Comisión Europea Harald Stieber sugería la creación de indicadores macroeconómicos basados en el número de contratos activos: algo que, si bien pudiera proyectarse con las facturas electrónicas a las que mucha gente les temía hace pocos años, está claro, solo un mundo digital permite identificar.
Es por ello justamente que durante las más oscuras semanas de la pandemia, e incluso hoy en día cuando debatimos niveles de distanciamiento social, sigue en juego es el dinamismo económico. Si la recuperación y el crecimiento de la economía se relacionan con mayor transaccionalidad económica, y aquella se mide en número de contratos activos, la digitalización contractual toma entonces categoría mission critical.
La buena noticia es que las instituciones financieras conocen desde siempre lo que es una infraestructura crítica. Y por eso muchas de ellas ya habían digitalizado el onboarding contractual de sus clientes, su transaccionalidad cotidiana, la contratación de pólizas, entre otros. Pero aún hay rezagos y precisamente los trámites contractuales de los demás eslabones del cluster financiero no caminan aún sobre infraestructura digital. Los mayores negocios del cluster, de hecho, aquellos que incluyen créditos productivos, prendas, hipotecas, o simplemente notarización, siguen reservados a los cánones de la era napoleónica. En el caso de los hogares, su aporte a la economía sigue limitado a los ingresos por trabajo y no al producto de transacciones sobre sus activos muebles e inmuebles, inertes corriendo sobre procesos analógicos que les impiden ser puntales del crecimiento económico.
Que sería del cluster financiero y de la economía con hogares en plena capacidad de comprar, vender, hipotecar, prendar o apalancarse con un bajísimo costo y sin las fricciones y los tiempos que hoy requiere perfeccionar ese tipo de transacciones. Imaginemos como sería nuestra economía si los activos de los hogares, junto a los de los negocios, incrementasen su transaccionalidad.
Hoy sabemos que las instituciones que habían invertido en digitalización pudieron enfrentarse ordenadamente a la crisis del COVID19; pero para ello tuvieron que resolver innumerables desafíos. Que la verificación de identidad, que la autentificación segura, que la firma electrónica de transferencias o pólizas, que la correcta experiencia de usuario, la lista es infinita. Por su esfuerzo recibieron un premio de proporciones inéditas: según las jurisdicciones ciertos bancos duplicaron y otros triplicaron el número de personas bancarizadas. La mordida del león de ese progreso fue jalonada obviamente por los que invirtieron tempranamente en digitalización. Un logro así habría sido imposible en carreta.
Con ese liderazgo sectorial, del que muchos otros sectores deberíamos aprender, organizado como está, el cluster financiero hoy debate ya no “si es que” ni “cuando”, sino “como” capitalizar estas condiciones.
Las decisiones sobre digitalización de flujos contractuales y documentales post COVID19, ya no siguen estrategias de innovación, sino motivaciones mission critical.
JP Morgan, Blackstone, Fidelity, todos ellos están mirando web3 y la tokenización de activos como una forma de acelerar el ciclo de negocios, incrementar seguridades y brindar un mayor y mejor servicio a sus jóvenes usuarios.
Bajando de la carreta
Antes del COVID, las inercias culturales y el status quo aún justificaban que algunos activos se transaccionen en papel o que el tiempo de liquidación y registro de transacciones supere los varios días.
Con la llegada de soportes web3 para el comercio digital, aquello ya dejó de ser una estado de situación aceptable. Una firma electrónica encriptada, provista desde una identidad digital representada en una billetera criptográfica, permite que la firma electrónica de aceptación de una transacción equivalga a su ejecución legal y financiera: movimiento de dinero y registro seguro de títulos suceden en simultáneo sobre un blockchain. Es una equiparación de firmas con transacciones, impensable en en las etapas anteriores del internet y ni se diga en la época del papel.
Subiendo a un Tesla
Los pensadores más respetados en esta materia argumentan que en un futuro cercano los contratos estarán automáticamente integrados con las distintas cuentas que afectan el balance, produciendo acciones inmediatas y verificables en un registro seguro y privado. Nunca han existido tantos criptografos trabajando en esta materia como desde 2020.
Paulatinamente, los contratos van produciéndose cada vez más directamente desde un CRM, en el punto de venta, son firmados en segundos sin que las partes tengan contacto físico y una vez vigentes, hablan, disparan y reportan acciones sobre las materias más variadas imaginables: atención y satisfacción de clientes, desempeño de equipos, despachos y recibos, facturación electrónica, contabilidad y pagos, por citar algunos ejemplos nada más. Atrás quedarían las cifras publicadas por la máxima autoridad global sobre gestión de contratos, IACCM, a saber que en promedio 9% de la rentabilidad empresarial se pierde por ineficiencias en la gestión de obligaciones contractuales derivadas de esta secular desconexión. Tanto como resulta asombroso que el activo documental de las organizaciones, con los contratos en el centro, siga siendo un silo desconectado en el siglo XXI, analógico, resulta asombroso también imaginar lo que una empresa puede hacer con el 100% de sus contratos conectados a sus demás sistemas.
Esta no es una cuestión de cambiarle las herraduras a las pezuñas de los caballos; no es una cuestión de instalarle un GPS a las carretas en las que se mueve la economía de nuestro país y región.
Las economías emergentes, en particular, tienen un enorme potencial por el bono demográfico que viven; es a la vez esa juventud la que mayor potencial tiene para sacar provecho de estas tecnologías, reclamándolo incluso. Innumerables industrias aún incipientes en esas regiones crecerán con el bono demográfico, impulsadas por la creciente bancarización aún posible en soportes digitales. Se trata de ritmos de crecimiento inusitados, pues las industrias modernas no son como fueron los sectores primario o secundario de nuestras economías, que requirieron siglos para granularizar su alcance. Las industrias modernas crecen gracias a plataformas digitales que han logrado ya, alcance nacional, regional o global en cuestión de unos pocos años.
Ahora, conjugar la crisis de la que buscamos salir en todo el mundo, con las posibilidades de crecimiento de nuestras economías, es obviamente un desafío de talla. De todas las cuestiones en juego, estas líneas solo alcanzan para enfatizar que la recuperación y el crecimiento que anhelamos en los años venideros serán distintos para quienes circulen sobre tecnología del siglo XIX y quienes lo hagan sobre tecnología ya probada, propia de nuestra era. La tecnología que ya hoy se define como Internet 3.0 es incontrovertiblemente la catapulta para nuestra llegada a la Cuarta Revolución Industrial.